Te busqué en los bolsillos de mi cazadora vaquera y, aunque no te encontré a ti, sí al pañuelo del último catarro. Y mi mano desencantada, pegajosa, despistada, olvidó mover el pañuelo, inservible, del bolsillo de la cazadora vaquera al recipiente de residuos orgánicos, lugar adonde van los mocos que acaban en pañuelos de papel, que es bien distinto de aquel en el que terminan los que son extirpados del útero de la nariz con el meñique y mueren -debajo de la mesa-.
Una lavadora más tarde, apareció en mi bolsillo el fósil de un pañuelo lleno de mocos. Tiene forma ovalada. Bien podría tratarse del dedo meñique de “El David” de Miguel Ángel, pero no es más que un pañuelo duro y lleno de mocos. Metáfora de nuestro amor, amor de mierda.