domingo, 28 de febrero de 2010

Del atavismo o relativo a él

Desde el uno de Septiembre hasta que sucumbe Febrero, no hay sábado que no me pierda una batida de venado, y si mis colegas del club de la caza no se ponen de acuerdo, no me importa cazar en solitario, me resulta incluso más gratificante. Aunque, técnicamente, nunca estoy sola, pues me acompañan Nana y Chonchi, mis dos perdigueras de Burgos, excelentes rastreadoras de pelo y pluma. Por lo demás, no necesito la compañía de otro ser humano, porque las piezas de caza no precisan de manos que las regresen a casa; se quedan tiradas en el monte. Me gustaría justificar este proceder mío como parte de un complejo ritual en honor a Diana, pero lo cierto es que abandono los cadáveres para que los animales carroñeros los devoren. Los siento tan desprotegidos que no me resisto a ayudarlos abasteciendo su despensa.

Este sábado la tormenta perfecta arruinó mi excursión de matar; me quedé en casa sacando brillo a mi escopeta Maricielo del calibre 12. Los residuos de pólvora que se iban depositando en el paño con cada caricia avivaron un exagerado deseo de caza furtiva que nunca antes había experimentado. Aprovechando que las autoridades habían precintado el campo San Francisco a causa de la alerta desatada por la predicción de una ciclogénesis explosiva que no llegaba, lustré mis Docs con betún negro, me encajé el pasamontañas, y colgué del hombro derecho a Maricielo.

Después de exterminar treinta y siete palomas y uno de los dos pavos reales, me frustró la idea de que en Oviedo no habría carroñero dispuesto a beneficiarse de esta masacre. Cuál sería mi sorpresa cuando, esta mañana, encontré el paseo libre de cadáveres plumosos. Su lugar lo usurpaba un rebaño de señoras que regresaban de misa de doce con olor a muerto en sus bolsos de Tous. “Ya han convertido en moda un acto de subsistencia”, me dije, y, con las mismas, me palpé el hombro derecho.

martes, 9 de febrero de 2010

Perversiones espartanas

Última hora desde el purgatorio: Una vez enterados de la posibilidad de reencarnación retrospectiva, L. Carroll y M. Jackson, amantes como fueron del mundo infantil, se han declarado aspirantes a la plaza del perieco Alejandro.

Asentado en Lacedemonia, este alfarero fue conocido no tanto por ser uno de los más importantes productores de cráteras de su época como por convertirse en aquel valiente que se enfrentó a los brutales convencionalismos espartanos. Célebre fue en todo el Peloponeso la kilométrica hilera de cráteras que Alejandro dispuso en forma de anillo, abrazada a la falda del Taigeto. A pesar de que algunos historiadores la consideran matriz del moderno land art, es sabido que la intención del perieco, lejos de mostrar su habilidad con la arcilla, tenía un carácter más prosaico, más social y humanitario. Las dimensiones y la localización de cada vasija eran calculadas con fría precisión para atrapar los cuerpos de bebés anormales que los homoioi arrojaban desde la cima del monte Taigeto, y que luego Alejandro recogía uno por uno dentro de un zurrón gigantesco, al tiempo que vociferaba: "¡Me da igual que vengan con tara!".

martes, 2 de febrero de 2010

Cómo decir te quiero hoy

Con papel de periódico y cola de carpintero, rememorando viejos consejos de "Art Attack", modelé mi doríforo, y sus siete cabezas me contemplan ahora desnudas desde el pedestal que las ata al piso, y yo las contemplo a ellas y pienso que podrían ser cualquier hombre mañana, pero hoy son solo uno.