Esta mañana acudí, como de costumbre, a una de mis citas dominicales con Dios. Me arrodillé sobre el suelo sagrado del tercer banco de la iglesia y santigüé sucesivamente frente, labios y pecho, y luego todo a un tiempo. Después de dos Ave María y un Padre Nuestro, el fulgor sangrante de las velas sobre mis párpados se vio entristecido por una sombra. Cuando abrí los ojos me topé con la figura angulosa del cura, que, sin mediar saludo ni darme opción a que arqueara la nuca, articuló: "No te incorpores. Tu posición actual es perfecta para esta misión cristiana. Sé buena chica y háblale a la antena que tienes enfrente. Aunque no puedas verla, está justo delante de tus ojos. La oculto en el interior de la sotana ya que, al ser una reliquia de valor incalculable, cualquier monaguillo pícaro estaría dispuesto a perder el culo por ella. Considérala una especie de router de alta tecnología que mantiene línea directa con Nuestro Señor. Si me haces caso tus plegarias viajarán con ADSL. Te lo juro por Dios." Y razón no le debe de faltar al buen hombre. Cuando aproximé mis labios a su cuerpo en un intento por maximizar la potencia acústica del rezo, ese aparato que guarda entre las piernas se orientó hacia el cielo.
YOJAR
Hace 12 años