Hace calor, y echo de más las sábanas y de menos dormir sola. Cuando decidí cambiar mi cama de noventa por una de ciento treinta centímetros, no imaginaba que el colchón de Coco iba a acabar resultándome tan incómodo. No, esto no tiene nada que ver con la calidad del colchón en sí; no está relleno de lana ni sujeto a un somier de muelles oxidados. Se trata de un mueble de alta gama, la mejor colchoneta de aire que encontramos en Carrefour. Lo incómodo de dormir con Coco es el mismo Coco, las dichosas manías que propician su sueño al tiempo que desvelan el mío.
No puede alcanzar la fase cuatro del sueño No-REM con la puerta de la habitación cerrada -se agobia-, pero tampoco con ella demasiado abierta -hay corriente-. Y en nuestro cuarto hay mucha corriente porque Coco ha de dormir noche tras noche con las ventanas abiertas y las persianas parcialmente bajadas, puesto que en verano el bochorno lo asfixia y, en invierno, el calor que exhalan los radiadores, sumado a su afición por acostarse con calcetines y pijama de franela, le produce algo de sofoco.
La situación empeoró el día en que traje conmigo un antifaz decorado con osos y comprado en Sfera. Le hizo tanta gracia que anduvo jugueteando con él y se quedó frito mientras lo llevaba puesto. Amaneció excitado y, después de cinco minutos de sexo duro romántico, Coco se deshizo del antifaz de un manotazo y clamó que hacía años que no dormía tan bien. Entonces se me ocurrió inquirir por qué no probaba a dormir con las persianas bajadas, ya que la claridad parecía interferir en su sueño. Entre tanto se bajaba los transpirados calcetines, respondió secamente que la simple idea le producía angustia.
Así hasta esta misma noche, yo a un lado de la cama, concretamente acurrucada en la esquina superior izquierda, y él, con sus calcetines, su pijama de franela y su antifaz de osos, ocupando el resto. Es la primera persona que he visto capaz de dormir en posición fetal, boca arriba y diagonalmente... Pero la pesadilla se termina con el sonido de su despertador, el exitazo de Navajita plateá, que me devuelve la luz del día y, con ella, algo más de optimismo. Hay cosas peores que las manías nocturnas de Coco, ¿no? Hay gente a la que le gusta que le caguen en la boca antes de dormir, aunque esa ya es otra historia...
"El hombre tranquilo" (John Ford, 1952): Escenificación del terrible momento en que descubro que a Coco le disgusta dormir con la puerta cerrada.