jueves, 5 de marzo de 2009

Oye, ¡yo no he probado el paté!

Hoy podría ser la noche perfecta para morir. Morir como náufrago en mitad de una noche borrascosa de domingo ha de ser la razón más probable de que Dios compulse pasaportes directos al paraíso. ¿No creéis? Sería una especie de transición desde las tinieblas terrenales hacia la luz celestial, un recurso cinematográfico glorioso. Por el contrario, morir al abrigo de una tarde soleada, un martes o jueves cualesquiera, resulta incongruente con la imagen occidental de la muerte. Nuestro cadáver no merece recibir una sepultura tan antagónica al drama. De hecho, estoy decidida a enviar una propuesta de ley al Parlamento para que prohíba morir a la gente los días laborales, soleados y en horario de tres a siete de la tarde.